NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER
galería Isabel Aninat
Santiago, Chile, 2008.
NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER es el ritual que efectuamos con los bloques de mármol inscritos en bajorrelieve con proverbios y refranes, previamente a su instalación en 40 bancos de plazas de Vitacura, a manera de despedida y velatorio. En esta oportunidad desplegamos los bloques escénicamente sobre el pasto, ubicándolos uno al lado de otro, formando una suerte de reinterpretación de la piedra Rosetta, o de las Tablas de la Ley. Sobre este escenario nos desplazamos caminando y posamos nuestros cuerpos, fraccionados de diversas formas en las imágenes. En algunos casos hicimos reminiscencias de las tumbas templarias, cargando sobre nuestros cuerpos inertes cruces formadas por dos bloques intervenidos. En estas imágenes los cuerpos parecen caer al vacío, con las sentencias populares orientadas al revés, buscando inquietar la lectura. Otro grupo de imágenes esta constituido por nuestras manos adoptando formas de oración, de súplica, de devoción, ubicadas en el extremo inferior de la imagen con todos los textos elevándose sobre ellas, condicionando la mirada.
La cualidad sacra de las imágenes convive con el humor y la impronta popular de los refranes. El refrán es advertencia, consejo, aviso, descripción, resultado de la experiencia; una moraleja cuyo valor práctico se contrapone con el aura enigmática y solemne de la escenificación. La intersección entre lo sacro y lo popular, entre lo práctico y lo místico, entre el humor y la sentencia, lleva a las imágenes a vagar en los límites, en una suerte de limbo –hay que haber muerto para estar ahí–, convirtiéndolas en la memoria de un instante, de algo que aconteció, de un acto de fe codificado ingresando en el umbral de lo trascendental.
¿Son estas obras, en que se intersectan lo simbólico y lo religioso, una instancia de reconquista de la experiencia espiritual del arte?